COMER ES CREARSE

 

Comer es crearse a uno mismo.

El espacio sagrado del fogón nos acoge y nos invita a compartir con seres de diferentes reinos y territorios del paisaje colombiano. Del 26 de febrero al 1 de marzo de 2024 nos reunimos artistas, antropologas, poetas, arquitectas y custodios de semillas para conspirar, narrar y cocinar colectivamente. Partimos de un paisaje abundante, pensando en qué es comer, qué significa comer, en nuestra locura mística. Como seres heterótrofos (organismos que no podemos producir nuestro propio alimento) dialogamos y pensamos en cómo nombramos e interactuamos con lo que nos comemos, para crearnos, para construir mundos nuevos.

 

Mesa Montaña

La Cordillera Oriental: desde el páramo hasta las estribaciones.

Wording is worlding! En esta cocina no trabajamos con ingredientes, trabajamos con personas o seres. Dialogamos con gente balú y gente guatila. Compartimos este espacio sagrado del fogón con gentes de otros reinos. Aquí somos sus afitriones y buscamos la manera más amable y respetuosa de interactuar con sus cuerpos, con los restos de sus cuerpos que luego constituirán el nuestro.

leo fiagama

Cuando íbamos a la chagra, mamá no dejaba de cantar. Ella decía que a las matas se les debe cantar y cuidar, se les cuenta que uno está ahí; ellas escuchan.

En la chagra y en la cocina ahora Leo también canta. Le canta a los seres que la alimentan y conectan con su territorio. A los seres que ella transforma y su territorio nos ofrece.

La saawa es un tipo de harina que preparan los indígenas wayuu a partir de diferentes semillas tostadas y molidas. La usaban tradicionalmente para alimentarse durante sus desplazamientos nómadas. Hoy en día tiene otros usos. Antes también la comían los pastores en sus largas jornadas de trabajo por el desierto. Para hacerla, se mezclan semillas de cucurbitáceas, leguminosas, maíz y frutos de cactus. En algunas ocasiones incluye pescado seco. Para evitar que las semillas se quemen, se reza y usa la arena del río Ranchería en la base del tiesto que se utiliza para tostarlas. Luego las semillas se separan de la arena con un cernidor, se muelen en piedra y empacan en un calabazo.

Nuestros parientes silvestres guardan una temporalidad propia. Su tiempo es el de lo impredecible que contrasta con la intención de la agricultura. Forrajear no solo requiere conocer el clima, la altura, las temporadas y, desde luego, el conocimiento transmitido entre humanos de lo que es comestible para nosotros, sino sobre todo implica rendirse a los misterios que nos proponen nuestros familiares salvajes.

En la Victoria, la vereda de origen de Isabel en Nariño, la pachamanca (olla de tierra en kichwa) se realiza en dos ocasiones. Para agradecerle a la Madre por la cosecha y pedirle abundancia, y para llamar las lluvias en tiempos de sequía o contener las aguas cuando estas arrecian y se desbordan. En ambas ocasiones, la comunidad se reúne, prepara la pachamanca y mientras que los alimentos se cocinan en la tierra, se hace un rezo. Este consiste en caminar hacia el cerro en fila india, cantarle a la Madre y ofrendar semillas de maiz, trigo y cebada por el camino, además de las plumas de las gallinas y el pelo de los cuyes que fueron sacrificados.

Si entendemos que ser envueltos puede respresentar una práctica de cuidado, pues es un gesto que arropa, resguarda y arrulla, ¿Qué ética del cuidado podríamos fundar frente a las otras formas de vida que envolvemos al comer?

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Comer es envolver el afuera, arrullar dentro a la Madre.

En permacultura se dice que everything gardens. Todos los seres, cada uno a nuestra manera, modificamos nuestro entorno en busca de bienestar.

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Fermentar es agradecer la abundancia y celebrar el cambio. Es una fuerza incontenible capaz de alterar la materia, desintegrarla, regenerarla y llenarla de vida. Nos ayuda a reconocer e imaginar la posibilidad de otros mundos, universos y microcosmos de comunidades multiespecie que conviven en solidaridad. Nos enseña a identificar las conexiones intangibles y a cultivarlas.

Muchos ríos en Colombia han escuchado la voz de la leña y de las ollas acunando y suavizando la yuca, el plátano, la malanga, la arracacha, la papa, la gallina, el pescado, la res y el hogao.

va el agua del río, sube el agua de la olla

De muchos nace uno: el sancocho. Su olla, vientre que acoge mundos diversos, es un macrorganismo habitado por partes troceadas de seres de distintos orígenes y necesidades. Raíces, hojas, pechos, bulbos, cabezas, frutos, costillas. Ningún sancocho es igual a otro, los seres varían según la biodiversidad del territorio en el que se prepara y cada familia tiene su secreto. El sancocho es encuentro y abundancia y nos recuerda al caldo primigenio en el que estaban reunidos los elementos necesarios para que la vida prosperara.

va el agua del río, el agua del sancocho entra en nuestros cuerpos

Dibujos, diagramación e ilustraciones por Milena Camacho Rincón